domingo, 19 de mayo de 2019

La escuela que investiga


Vivimos en un mundo de constantes cambios. Tres grandes tendencias marcan los desafíos de la educación actual. Por una parte, los nuevos conocimientos se renuevan a una velocidad asombrosa y emergen saberes propios de las distintas culturas que coexisten en un país megadiverso, multiétnico y multicultural. El mercado de trabajo también experimenta cambios acelerados que demandan un sistema educativo más flexible, centrado en procesos que permitan adquirir nuevo conocimiento en lugar de acumular conocimientos. Bajo esta idea, todos somos esponjas y no vasos vacíos. Finalmente, el uso de nuevas tecnologías de la información y la comunicación (TIC) ha revolucionado el acceso a informaciones y conocimientos en tiempos cortos, ampliando las relaciones y la posibilidad de interacción a escala global.


Una primera pregunta que debemos formularnos es ¿qué escuela queremos tener en el Perú del siglo XXI? Alcanzarla supone involucrar a los docentes y directivos, los estudiantes, a toda la comunidad educativa, en un proceso amplio de transformación de la escuela, mediante los debates pedagógicos, curriculares y de gestión. El Marco de buen desempeño docente promueve una escuela con cuatro pilares: una gestión democrática, abierta a la comunidad, tolerante e inclusiva que lidera procesos pedagógicos de cambio en los que los estudiantes son los protagonistas de su aprendizaje (Minedu, 2013). La indagación, la innovación y la investigación ocupan un lugar importante en la nueva propuesta educativa.

El docente investigador asume la práctica educativa como una actividad que exige hacerse preguntas constantemente; se cuestiona el ser y hacer como docente; se interroga sobre sus funciones y sobre su rol; se pregunta por su quehacer docente y por los objetivos de la enseñanza; revisa contenidos y métodos, las estrategias que utiliza; problematiza el trabajo didáctico; evalúa el proceso y los resultados. A un docente investigador le preocupa si sus estudiantes aprenden o si solo pasan el tiempo en el aula sin mayores resultados, si los métodos son los más estimulantes, si la escuela le va a servir a los estudiantes para la vida. (Evans, 2010).



A lo largo de toda nuestra vida, todas y todos investigamos continuamente. Cuando de niños queremos saber si nuestros padres nos comprarán los “marcianos de fruta” que deseamos, les preguntamos directamente. Cuando queremos conocer a una persona que nos interesa, averiguamos sus gustos y preferencias. Para abrir un pequeño negocio o para construir una casa, realizamos estudios de mercado o de suelo. Del mismo modo, en las instituciones educativas, cuando un estudiante obtiene bajas calificaciones o cambia su conversamos con él, citamos a sus padres, visitamos su casa, analizamos su entorno. Como podemos observar, permanentemente recolectamos datos y analizamos los hechos buscando solucionar un problema que nos interesa. Así como en muchas otras experiencias, el espíritu investigador nos acompaña siempre, averiguando, indagando, queriendo saber más sobre algo o alguien. Desmitifiquemos la investigación científica, comprendamos la investigación-acción y descubramos la investigación-acción participativa para construir, finalmente, un enfoque de investigación-acción participativa en educación para contribuir a la escuela que investiga.

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